El alma de Sevilla en Bodega Góngora, tradición y sabor desde 1939
En pleno centro de Sevilla, entre turistas y veladores, se esconde un lugar donde aún late la esencia más auténtica de la ciudad. Bodega Góngora, fundada en 1939, sigue siendo punto de encuentro de familias y amigos, un refugio donde tradición y sabor se mantienen vivos.
Podrá sonar a locura, como un viaje al pasado, pero es todo lo contrario. Pasear por una calle tan popular de Sevilla como es Tetuán y, antes de llegar a la Plaza Nueva, encontrarse con la calle Albareda repleta de gente y veladores ocupados, no es nada del pasado. Sin embargo, en esta calle se encuentra Bodega Góngora. Lo que a simple vista parece un bar más del centro, con mesas en la calle llenas de visitantes, cambia por completo cuando atraviesas su puerta.
La gran sorpresa llega al hacerlo: entras en otro mundo, en un bar típico hecho por y para los sevillanos. Nada más pisar el escalón, los camareros te reciben con amabilidad, no solo con un saludo cordial, sino buscándote rápidamente un sitio para que estés lo más a gusto posible.
Ir a Bodega Góngora es vivir una experiencia auténtica. Sus propios clientes habituales lo confirman. Salvador Roldán y José Pinella lo cuentan con orgullo: “Nosotros no nos consideramos clientes, somos parte de la familia de Bodega Góngora”. Prueba de ello es que incluso aparecen en el calendario colgado en la pared, junto con otras reliquias que decoran el local. Salvador Roldán apostilla: “Los sevillanos tenemos la obligación de no dejar que este tipo de lugares desaparezcan, y no solo por la calidad-precio, sino por todo lo que generan a su alrededor. Son muchas las familias que venimos aquí y muchas las que trabajan con ellos. Debemos apoyar a este tipo de establecimientos emblemáticos de nuestra ciudad”.
Este es el ambiente que encuentras dentro: el bullicio de un bar con buen ambiente, alguien pide una gélida, otro unas pavías de bacalao, uno más exclama “Cuqui, que me pongo en el córner”, mientras un grupo de amigos asegura que se queda “en la curvita”.
Así es Bodega Góngora, donde los veladores de la calle Albareda acogen a todo tipo de comensales: sevillanos que aprovechan el aire libre para compartir un tapeo, forasteros que descubren por primera vez los sabores de la tierra y extranjeros que se enamoran de una cultura que se saborea plato a plato. Pero es en la barra, esa barra de toda la vida, donde ocurre la magia que solo el sevillano reconoce. Allí no hay guías, ni horarios, ni protocolos: solo esa forma tan nuestra de vivir el bar como punto de encuentro, de tertulia espontánea, de brindis inesperado. Es en la barra donde el alma de Bodega Góngora se muestra sin filtros, como un espejo de la Sevilla más castiza y entrañable.
Y quizá te preguntes qué es una gélida. Si piensas que se trata de una cerveza muy fría, te equivocas. Es una copa de manzanilla, muy, pero que muy fría, que entra en el cuerpo con un frescor inigualable. Así puede invitarte cualquier parroquiano, como el abuelo que va con su nieta de dieciocho años, quien es la que le pide ir a Bodega Góngora cuando lo visita. Lo curioso es que ya son cuatro generaciones de esta familia las que lo frecuentan.
Bodega Góngora abrió sus puertas en 1939 de la mano del abuelo de Ignacio, el hijo de Cuqui. Tres generaciones han estado al frente de este negocio hostelero que nació como un despacho de vinos de las antiquísimas Bodegas Góngora de Villanueva del Ariscal. Por aquel entonces, era punto de encuentro de ganaderos, toreros, tratantes y personajes populares de la Sevilla de la época.
Con el paso del tiempo, aquella bodeguita se transformó en el restaurante que es hoy, donde la amabilidad de sus trabajadores se mezcla con la exquisitez de sus tapas recién hechas, sus buenos vinos, la cerveza bien fría y, sobre todo, el sentir de su gente.