Hemos escuchado infinidad de veces, a lo largo de la historia, que “una copita de vino al día es buena para el corazón”. Tantas veces la han recomendado los profesionales sanitarios, que todos hemos llegado a creer alguna que otra vez, que no tomar vino es como estar dando un paso atrás en la salud.
Esta cualidad de “saludable” realmente no es algo inventado, tiene su justificación científica: todos los argumentos se basan en que el vino posee algunas sustancias bioactivas que pueden actuar como protectores clave en la aparición de problemas cardiovasculares. Estas son el resveratrol y los polifenoles, contenidos en el propio alcohol.
El problema es que, este mensaje solo se centra en unos pocos componentes del vino, presentes en miligramos y omite el hecho más importante de su composición: que un 12 % de la bebida es etanol.
Además hay que decir que, estos efectos protectores y antioxidantes se han demostrado en laboratorio, pero no se tiene la certeza de que sean beneficiosos en el cuerpo. De ahí a que los efectos en nuestra salud sean atribuidos al consumo de vino hay un gran trecho.
Claramente, se ha confundido el mensaje de que su consumo es compatible con una dieta equilibrada y, directamente se le han atribuido propiedades saludables, que no las tiene.
No podemos olvidar que el alcohol es teratogénico, neurotóxico, adictivo, inmunosupresor, perjudicial para el organismo, carciogénico y aumenta el riesgo de muerte.
Como dice la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria: “en ningún caso, los profesionales sanitarios deben enfatizar públicamente las posibles ventajas del consumo moderado de alcohol, porque es un mensaje equívoco, ambiguo y peligroso”.