Ante la desconexión total de las obligaciones laborales y tras un periodo de reflexión en nuestras vacaciones en el que nos replanteamos los futuros devenir profesionales, muchos reincorporados pueden desarrollar de esta etapa estival el virus “ burnout” y de poco les ha servido este relax y descanso disfrutado .
El “síndrome de burnout”, de desgaste profesional o de estar quemado por el trabajo, es una respuesta al estrés laboral crónico que aparece cuando fallan las estrategias de defensa que habitualmente emplea el individuo para manejar el estrés laboral continuo.
Es importante diferenciar el estrés puntual del estrés crónico. El desgaste profesional debe contemplarse como un proceso: el aumento de los esfuerzos para hacer frente a las demandas externas conduce al agotamiento emocional, que es un desencadenante de la despersonalización, que a su vez conduce a una menor realización personal y ello conlleva un mayor agotamiento emocional en un círculo vicioso, etc.
El desgaste profesional produce un deterioro del estado de salud y bienestar que puede manifestarse en diferentes esferas.
La excesiva carga de trabajo, un clima laboral adverso, no contar con las habilidades y competencias necesarias para el puesto, los compañeros o jefes tóxicos, la falta de reconocimiento y motivación en el trabajo o cualquier otra situación que provoque frustración o insatisfacción laboral pueden dar lugar a este desgaste profesional en las personas.
En la esfera individual, el agotamiento, es decir, la sensación de no poder dar más de sí a nivel emocional. En la esfera social, el cinismo, es decir, la actitud distante ante el trabajo, así como ante los compañeros de trabajo. Y, por último, en la esfera profesional, la ineficacia profesional, es decir, la sensación de no hacer adecuadamente las tareas y ser incompetente en el trabajo.
El desgaste profesional produce un deterioro del estado de salud y bienestar que puede manifestarse en diferentes esferas: síntomas físicos (cansancio, agotamiento, cefaleas, dolores musculares, insomnio, trastornos nutricionales, disfunción sexual, etc), manifestaciones conductuales (adicción a drogas, abuso de ansiolíticos, alcoholismo, cambios de humor, agresividad, falta de concentración, irritabilidad), problemas emocionales (agotamiento emocional, disforia, distanciamiento afectivo, ansiedad, depresión, culpa, soledad, frustración, impotencia, apatía, desconfianza, cinismo, hostilidad, baja autoestima, deseos de abandonar la profesión) y desajustes sociales con actitudes negativas hacia la vida, descuido de la vida personal (familiar, de pareja, social) y uso inapropiado del tiempo y del ocio.
Además, puede tener consecuencias muy graves sobre la organización, sobre los usuarios del servicio y sobre la sociedad en general. Se relaciona con un mayor absentismo profesional, abandono de la profesión, deterioro del ambiente laboral, menor efectividad en el trabajo y en consecuencia puede impactar en los resultados económicos y reputacionales de la organización.
El engagement, concepto antagónico, como el compromiso laboral o vinculación psicológica con el trabajo, se define como una conexión energética y afectiva con las actividades laborales de forma que el profesional se percibe a sí mismo con las capacidades suficientes para abordar las demandas de su actividad
Nos encontramos ante dos conceptos distintos que deben ser evaluados de forma independiente. Estar vinculado y comprometido con el trabajo requiere algo más que no estar quemado, supone un estado motivacional positivo y un compromiso con la tarea a llevar a cabo.
Legalmente, mucha es la jurisprudencia que va aceptando este síndrome como causa de accidente laboral y lo dotan de una perspectiva jurídica, con enjundia en las pertinentes demandas sociales, pero eso si ha de acompañarse de una excelsa motivación que ponga de manifiesto que ha sido consecuencia de lo anteriormente expuesto en este novedoso síndrome del siglo XXI.
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