Las consecuencias de pensar extremadamente rápido. 

No todo es lo que parece, la mente nos engaña y no nos damos cuenta. Basta con un sencillo experimento para comprobarlo. Pensemos en una persona que ha sido seleccionada al azar de una muestra representativa. Un antiguo directivo le describe como alguien “muy tímido y retraído, siempre servicial, sin embargo, poco interesado por la gente o por el mundo real. De carácter disciplinado y metódico, necesita ordenarlo y organizarlo todo. Además, tiene una obsesión por el detalle. ¿Qué es más probable que sea un arquitecto o un agricultor? Piénsalo rápidamente y contesta sin demasiada reflexión. 

Es posible, la primera respuesta que se nos venga a la cabeza es que es arquitecto. Al fin y al cabo, parece reunir las cualidades típicas de estos profesionales. Sin embargo, la respuesta correcta es agricultor. En los países occidentales, como Estados Unidos, existe un arquitecto por cada 10 agricultores. Por lo que esta persona ha sido elegida para diseñar un importante proyecto.  

Nuestra mente nos engaña. Mejor aún, nos engaña pensar rápido. Todos tenemos dos formas de pensar, dos sistemas operativos. 

El sistema reactivo, está relacionado con el pensamiento rápido y automático. En él se conforman los juicios y las ideas prestablecidas. 

En esta fase también se procesan las decisiones intuitivas o las del experto, quien después de muchos años de trabajo es capaz de reconocer algo a golpe de vista. El sistema reactivo es también el encargado de responder cuando la persona está en pleno secuestro emocional, es decir, cuando vive una emoción con mucha intensidad, lo que le dificulta ver las cosas con claridad.

El sistema consciente, está relacionado con el pensamiento lento, el que necesita tiempo para elaborar la conclusión. Se activa cuando la atención es plena. 

Es el encargado de los cálculos complejos y de la concentración. Entra en acción cuando el sistema 1 está atascado o cuando se activa en nosotros una alerta que nos despierta del modo automático. Todos tenemos estos dos sistemas, sin embargo, lo más curioso es que el sistema 2 está normalmente en un segundo plano. Recuerdo cuando me estaba certificando en PNL (Programación Neurolingüística), me fue interesante la teoría de Kahneman en su interesantísimo libro Pensar rápido, pensar despacio, indica que nuestro cerebro es perezoso por pura supervivencia. Consume en torno al 20% de la glucosa y del oxígeno que está en nuestro cuerpo, a pesar de que suponga menos del 5% de su masa. Para evitar un consumo excesivo activamos el modo automático, el sistema 1 o reactivo. 

En otras palabras, respondemos y actuamos según lo primero que se nos viene a la cabeza, sin elaborarlo demasiado.

Este hacer sin pensar nos lleva a poner etiquetas a las personas que vemos o acabamos de conocer. Nos dejamos arrastrar por su estilo a la hora de vestir, por su forma de ser, por su tendencia sexual y por tantos otros sesgos inconscientes que evitan que tomemos decisiones más reflexivas e inteligentes. Diversas investigaciones han demostrado que la gente que se mueve por el sistema 1 suele tomar decisiones egoístas,  superficiales y, por supuesto, utilizan un lenguaje  sexista. 

Sin embargo, no está todo perdido. Tenemos la capacidad de evitar caer en los brazos del sistema reactivo a la primera de cambio. La clave consiste en reflexionar antes de tomar una decisión importante o cuando hemos conocido a alguien. Incluso al momento que hacemos procesos de entrevistas para seleccionar candidatos importantes en la empresa, o elegir nuestros clientes.  En el fondo, es despertar al sistema 2, prestar una mayor atención. Por eso no es de extrañar que muchas empresas punteras que buscan diversidad e innovación formen a sus empleados en cómo evitar los sesgos inconscientes. Este proceso lo podemos realizar nosotros mismos teniendo presente cómo opera nuestro cerebro, siendo conscientes de que está lleno de trampas. Reflexionar sobre nuestras decisiones tanto en el espacio personal y profesional.

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