La actual Villa de Albaida del Aljarafe es de fundación turdetana, denominándose Laelia, y tuvo gran importancia bajo la dominación romana. De hecho, de esta época hay restos de fábrica romana en la Fuente Archena, donde existen arcos y vedas en el subsuelo. También es importante el subterráneo abovedado que se cree árabe y sitúa en casa de doña María Hurtado, no habiéndose explorado por hallarse cegada su entrada, y que comprende toda la manzana de casas situadas entre las calles Iglesia, Cristo Rey y Don Fadrique.
El nombre de LAELIA, se le da argumentando que batió bronces siendo municipio romano, de los que se conocen ocho series de monedas o medallas autónomas, cuatro mayores y cuatro menores, ostentando la mayor parte de ellas bustos de emperadores y atributos agrícolas, según la costumbre de la época a la que aludimos de poner en el reverso de las monedas las producciones e industrias de los respectivos lugares que las acuñaban. En el caso concreto de las de Albaida (Laelia), poseían en su reverso espigas de trigo o palmas.
Durante el período arábigo es denominada Al-bayda, que significa La Blanca, respondiendo al tipo de clasificación topográfica y física genérica. De esta forma, Albaida fue conquistada en 1246 por el maestre de la Orden de Santiago don Pelayo Pérez Correa. A la muerte de Fernando III, en 1252, la conquista estaba prácticamente detenida por la necesidad de organizar los amplios territorios ocupados en los años anteriores. Los primeros años del reinado del nuevo monarca, Alfonso X, se orientan a consolidar la obra organizadora y repobladora de su padre. Turbulenta e indecisa fue la definitiva adjudicación de Albaida al Cabildo Catedralicio en el último tercio del siglo XIII, pero antes de formar parte del patrimonio de la Catedral hispalense de una manera definitiva, Solúcar de Albayda, como se le denomina en el Repartimiento, se vio afectada por diversas vicisitudes.
En un principio, la alquería de Solúcar Albayda, junto con otras posesiones, fue otorgada como donadío mayor por el rey Alfonso X a su hermano don Frederick (Fadrique). Sin embargo, debido a la conflictiva y rebelde personalidad de don Fadrique, la posesión señorial de Albaida va a atravesar una compleja serie de vicisitudes que, en un breve período de tiempo, pasar a ser otorgada a la Iglesia de Sevilla, volver a engrosar las pertenencias de don Fadrique para, definitivamente, volver al señorío de la Iglesia, y dentro de esta a su Cabildo Catedral que, con su deán al frente, fueron los legítimos señores de Albaida, ejerciendo el señorío sobre la misma hasta su enajenación en el año 1578, en que fue vendida al II Conde de Olivares, y como tales, mandaron repoblarla en 1302, acontecimiento trascendental.
Durante la Repoblación, el objetivo consistía en poner en explotación tierras semiabandonadas y casi improductivas. En el caso de Albaida, el Cabildo de la Catedral Hispalense, cuya base fue la Carta-puebla. Sufrió los rigores de la guerra hasta su conquista y la emigración que siguió a la misma; éxodo más o menos obligado de los mudéjares que habitasen en ella tras la sublevación de 1264; Devastación, inseguridad y ruinas debidas a los aludidos saqueos de 1277 y 1285; Si a todo esto sumamos los vaivenes de la posesión de Solúcar de Albayda hasta su definitiva adjudicación al Cabildo, nos podemos hacer una idea más que suficiente del estado en que se encontraba y del fracaso de la primera repoblación, caso de que la hubiese. A pesar de todos estos avatares e infortunios, Albaida debió conservar, aunque exiguo, un núcleo de población.
Es en los albores del siglo XIV (1302), cuando Aparicio Sánchez, deán de la Catedral de Sevilla, concede Carta-puebla a los pobladores de Solúcar de Albayda. En 1537 se desmembraron de la Orden de Santiago, a la cual pertenecían, los lugares de Villanueva del Ariscal y sus heredamientos para venderlos a don Jorge de Portugal, I Conde de Gelves. En 1538, la Orden de Alcántara sufriría el despojo de Castilleja de Alcántara (hoy de Guzmán) y Heliche, que fueron compradas por don Pedro de Guzmán, I Conde de Olivares. Al año siguiente, este mismo Conde obtendría otra desmembración santiaguista, Castilleja de la Cuesta. Don Pedro de Guzmán intentó hincar sus dientes en el realengo, pero fracasó en este intento: sus tratos para adquirir la Calle Real de Castilleja de la Cuesta, en 1565, y, sobre todo, Sanlúcar la Mayor, fueron totalmente anulados por la tenaz oposición que le presentó el Concejo sevillano. Los compradores se convertían así en los nuevos señores de los lugares adquiridos. Una segunda oleada de ventas se produjo a partir de la segunda mitad del siglo XVI, bajo el reinado de Felipe II.
Debido a la naturaleza de las tierras que se enajenaban, propiedad de la Iglesia, estas tuvieron que contar con el respaldo y autorización de su máxima autoridad, el papado. De esta forma, a través del Breve concedido por el papa Gregorio XIII, en 1574, se permitía al rey de Castilla llevar a cabo desmembraciones de bienes eclesiásticos por valor de 40.000 ducados, para sufragar los grandes gastos que se habían derivado de las guerras contra los turcos en defensa de la Catolicidad. Entre 1578 y 1579 se efectuaron las ventas de Albaida y Quema, propiedades del Cabildo, con lo que el señorío eclesiástico del Aljarafe quedó reducido a las villas de Umbrete (propiedad del arzobispo) y Santiponce (perteneciente al Monasterio de San Isidoro del Campo) que los conservarían hasta la extinción de los señoríos jurisdiccionales en el siglo XIX. El origen de Olivares aparece en el Repartimiento como una alquería, llamada Torculina o Tercolina, que derivará en Estercolinas. Ortiz de Zúiga en sus Anales nos dice que fue dada en 1304 a don Alonso de la Cerda y que más adelante será su señor Ruiz López de Ribera. Posteriormente pasó a Perafán de Ribera, quien obtuvo su señorío.
En el siglo XV, aparece como señorío de los Ribera, quienes vendieron el lugar a don Juan Pacheco, marqués de Villena, en 1459. Estercolinas (Olivares), pasó a la propiedad de la Casa de Medina Sidonia, dentro de la que se encontraba en 1493 y bajo cuyo señorío entró en el siglo XVI. Nada, por tanto, que ver con Heliche, cuya propiedad de la Orden de Alcántara y su evolución, solo coincide con Olivares al ser adquirida, como hemos visto, por el I Conde en 1538. Al morir don Pedro de Guzmán, le sucede su hijo don Enrique, II Conde de Olivares, bajo cuyo señorío será comprada Albaida. Tras diversos y repetidos intentos de venta de su lugar de Albaida por el Cabildo (1488, 1505, 1515, 1545), por fin, en 1578, se inicia el proceso que culminará con la venta de Albaida al II Conde de Olivares, don Enrique de Guzmán. A la muerte de don Enrique de Guzmán, le sucedió su hijo don Gaspar de Guzmán, el Conde-Duque por excelencia, valido del rey Felipe IV.
A la muerte del Conde-Duque, por propia disposición testamentaria, sus posesiones se disgregaron en dos ramas: el Estado de Olivares, con sus posesiones patrimoniales acrecentadas, en el que quedaron, tras los pleitos subsiguientes a la muerte del valido, los lugares de Albaida, Camas, las dos Castilleja, Heliche, Olivares, Salteras, Tomares y San Juan de Aznalfarache, correspondiendo a su sobrino don Luis Méndez de Haro; y por otra parte el señorío constituido por el marquesado y mayorazgo de Mairena, Palomares, Sanlúcar la Mayor, Aznalcóllar, Coria y otras posesiones, que recayeron en don Enrique Felipe de Guzmán, hijo ilegítimo de don Gaspar.
La parte del señorío de don Luis Méndez de Haro pasó a su hijo don Gaspar de Haro y Guzmán, y de este a su hija Catalina de Haro y Guzmán, quien al contraer matrimonio con don Fernando Álvarez de Toledo, Duque de Alba, y tras su muerte en 1733, sus títulos y posesiones recayeron en la hija y heredera de estos, doña María Teresa Álvarez de Toledo Haro y Guzmán, reuniendo de esta forma en su persona los de las Casas de Olivares y Alba. El señorío de Albaida quedaba así vinculado a dicha Casa, hasta la supresión de los señoríos en el siglo XIX. Con las desamortizaciones de bienes civiles y eclesiásticos y la abolición de las jurisdicciones señoriales en el siglo XIX, se cerrar esta etapa de señorío eclesiástico (XIII-XVI) y laico (XVI-XIX) sobre la Villa de Albaida.
Albaida, libre ya de los lazos señoriales, se constituye en municipio, no sin superar duros obstáculos que querían reducirla a una mera pedanía de Olivares, formando parte del nuevo régimen y organización estatal en que se mantiene hasta nuestros días.