El símil futbolístico es inevitable.
Sabemos de sobra que un equipo de fútbol debe salir al terreno de juego con la mentalidad adecuada, o tiene el partido perdido desde el minuto uno.
No son escasos los registros de remontadas épicas tras el descanso, cuando el entrenador ha reunido a un grupo de exhaustos y derrotados jugadores y lo ha recompuesto en un equipo con la mentalidad adecuada para no sólo darle la vuelta al marcador, si no hacerlo de forma espectacular.
Sea lo que sea lo que sucede en ese vestuario, consigue devolver a los jugadores la claridad y la motivación, y hacerles sobreponerse al abatimiento que supone un duro resultado en contra, y además saberse impotentes ante el juego del rival.
También son conocidos los casos en que un equipo “modesto” se convierte en un “matagigantes”. Se crece ante los equipos que tienen más calidad (en teoría) y más millones en sus filas (en la práctica).
Si tenemos tan claro que la actitud, la mentalidad y la motivación son tanto o más importantes que la técnica…¿por qué no les damos la importancia que merecen en nuestro día a día construyendo y/o gestionando nuestro negocio?
Estos tres aspectos son en realidad lo que marca en un gran número de casos la diferencia entre sobrevivir y tener la oportunidad de tener éxito, o ser uno más de los muchísimos sufridos emprendedores que se hunden en la miseria…
Y es que lo “normal” es que en nuestra educación, especialmente cuando somos jóvenes, no se nos enseñe cómo crear y gestionar un negocio. La educación tradicional parece estar basada en una industria cuya misión es fabricar piezas homogéneas, fácilmente intercambiables entre sí, y altamente dependientes. Y eso nos pone palos en la rueda más adelante:
En nuestra actitud: Ser dependiente es también aprender a no adquirir (ni desear) responsabilidad sobre nuestras acciones o decisiones. Se vuelve más fácil seguir órdenes que pensar y actuar de manera consecuente.
Nos convertimos en criaturas que actúan por reacción, en lugar de movernos proactivamente y buscar nuestros propios caminos y soluciones.
En nuestra mentalidad: Nos inculcaron que el fracaso (no conseguir un objetivo determinado) es doblemente malo: no sólo no eres competente o suficiente para conseguir lo que te propones… además está socialmente mal visto: el fracasado es repudiado, aislado, se ve como inferior, como motivo de burla y como ejemplo de lo que no hay que hacer en la vida.
Un fracasado es alguien que no encaja en una sociedad que nos educa para encajar, porque las piezas que encajan son las que le son “útiles” al sistema. El fracaso te convierte en un paria, en un marginado.
Si alguna vez se te ocurre contarle a la gente que vas a emprender, sueles tener alguna de estas respuestas (seguro que alguna te suena):
¿En serio? ¿estás seguro?…con la que está cayendo
Estás loco/a. Eso no puede salir bien.
¿Por qué no te buscas mejor un trabajito?
¿Y por qué no te metes a funcionario?
Madre mía…¡¿Qué has hecho?! Has decidido ir a contrapelo de la sociedad. Y en algunos casos tendrás la pena y la reprobación incluso de la gente que te quiere…y en muchos otros, el deseo secreto de que fracases y te la pegues bien, porque eso les reafirma sus propias creencias.
Especialmente cuando se trata de nuestros seres queridos, esto nos afecta más de lo que quisiéramos reconocer.
Y, de este modo, adquirimos una tremenda aversión y miedo al fracaso.
Y ese miedo (al ridículo, al qué dirán, al señalamiento) y otras creencias limitantes que nos imponemos nosotros mismos, son lo que nos hace salir a la vida ya destinados a la derrota. O lo que consigue que vayamos “a medio gas”, convirtiéndonos en masa mediocre.
¿Te has preguntado alguna vez por qué la RAE define como mediocre tanto lo que es de calidad media, lo que no destaca, como lo que es “tirando a malo” o de poco mérito?
Pues eso lo que consigue ese estúpido miedo: aspirar como máximo a una calidad media. A no destacar. A no entregar el máximo potencial de que somos capaces. Bloquearnos y hacernos creer que es más fácil, cómodo (y cómo no, seguro) no intentarlo.
En cambio, si nos damos cuenta de que el fracaso no es otra cosa que una de las posibilidades cuando se intenta algo…
…vemos que si lo intentamos, puede salir, o no salir. Pero si no lo intentamos, tenemos asegurado que no sale.
Para lograr algo, hay que intentarlo, para generar cambio hay que arriesgarse.
Nos guste o no, el quid de la cuestión a la hora de emprender, o de iniciar un negocio es, precisamente, ser consciente de que puede salir mal. Aceptar esa posibilidad es fundamental.
Hay que reconocer ese miedo, reconocer que el fracaso es posible, y aceptarlo. Calibrar el nivel de riesgo máximo aceptable por la situación personal, y entonces, a pesar del miedo…intentarlo.